Adicción al Alcohol — La Historia de un Adulto
Tenía treinta años y, aunque amaba a mi esposo profundamente, tenía una profunda convicción de que una familia no estaba completa sin hijos. Luego de mi tercer aborto espontáneo, estaba desesperada. Descubrí las sobras de un jerez navideño y luego del tercer vaso, tuve una sensación de tranquilidad y relax para el dolor emocional que cargaba sobre mí. ¡El escape al dolor era así de fácil!
Afortunadamente, Dios vino pronto a mi rescate. Empecé a sentirme más y más incómoda cada vez que tomaba una botella. Yo sabía que Dios estaba tratando de hacerme saber que esta no era la manera para librarme de mi dolor. Sabía que solamente podía dejar de tomar por la fuerza de Dios… no por mis propias fuerzas. Luego de confesárselo a mi marido, le pedí su perdón. También le confesé mi pecado a Dios por abusar de mi cuerpo con alcohol.
Con Dios y la ayuda de mi esposo, comencé a resistir la atracción del alcohol para menguar el dolor emocional (Hebreos 4:16).
Adicción al Alcohol — La Historia de una Adolescente
Crecí siendo testigo de cómo mi padre perdía el control cada vez que se emborrachaba. Desde la escuela primaria hasta la secundaria, presencié cómo él lastimaba a mi madre cuando estaba bajo la influencia del alcohol. A partir de ahí, muchas preguntas comenzaron a inundar mi mente. Estas situaciones habían creado ira y rabia, lo cual determinó que fuera una hija rebelde.
Cuando entré a la universidad, decidí probar alcohol. Pensaba que beber me haría más valiente y fuerte como mi padre y, de esa forma, poder defender a mi madre de sus manos. Comencé con cerveza, pero gradualmente cambié a licores fuertes y diferentes clases de bebidas alcohólicas. Llegué a un punto en mi vida en el que estaba bebiendo del amanecer al anochecer. Llegó el momento en el que no podía dormir sin haber tomado alcohol. Era una alcohólica.
Por cuatro años, fui esclava de la adicción al alcohol. Traté de cegarme a los factores peligrosos que conocía sobre el alcohol. El timón de mi vida estaba fuera de control y experimentaba vergüenza, rechazo, autocompasión y una visión desesperanzada. Yo sentía que me estaba ahogando en lo más profundo del mar, al mismo tiempo que luchaba con mis propias fuerzas.
Busqué una respuesta sobre cómo detenerme, pero no pude encontrar una que sirviera. Traté de detenerme, pero el alcohol continuamente venía detrás de mí. Casi me rindo y pierdo toda esperanza. No sabía que mi madre y mi hermana mayor habían empezado a orar por mí. Mi hermana siempre me invitaba a asistir a los servicios de la iglesia y a escuchar el mensaje del pastor, pero yo siempre rechazaba sus invitaciones.
Estaba a punto de perder una de mis materias en la escuela, por lo que mi profesor me pidió que asistiera a un seminario para mejorar mi baja nota. Yo sabía que asistir al seminario era una oportunidad para pasar la clase, por lo que tomé esa opción. El seminario se llamaba “Di No a las Drogas, Alcohol, Tabaco y Sexo Prematrimonial”.
Durante la sesión, el conferencista preguntó a la audiencia: “¿Quién quiere cambiar, pero no puede hacerlo por sí mismo…” ¡Esa era yo! El conferencista continuó diciendo: “Párate y confía en el Señor con todo tu corazón y no te apoyes en tu propio entendimiento. En todos tus caminos reconócele y él enderezará tu sendero” en ese momento, me paré valientemente y recibí a Jesús en mi corazón como mi Señor y Salvador. Desde ese momento, fui capaz de resistir y decir no al alcohol y dejé de tomar completamente. Yo supe que no era por mi habilidad, sino por Dios. Por su gracia. Fui cambiada y renovada. ¡Alabado sea Dios!
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