Suicidio de un Hijo — La Verdad Inaceptable de los Hijos y el Suicidio
“Karen”, dijo mi esposo luego de colgar el teléfono. “Encontraron a Robbie en su apartamento… muerto”.
Estaba atónita e impresionada por el dolor. ¿Qué pudo haber pasado? ¿Estaba enfermo? ¿Había sido asesinado?
“Karen, sé cuán doloroso es esto”, dijo John. “Robbie era mi hijastro, pero lo amaba como si hubiese sido mío. Karen, él se suicidó”.
Yo escuché las palabras, pero en mi mente las negaba completamente. “¡Por favor, Dios, que sea un error!”, oraba. En algún momento esa noche, acepté la verdad inaceptable.
La vida siempre había sido dura para Robbie. Al nacer, la privación de oxígeno resultó en un trastorno al hablar, problemas de aprendizaje y en un problema de percepción al escuchar. En la adultez, fue diagnosticado con dislexia*.Un joven impulsivo, siempre actuaba antes de pensar las cosas detenidamente. Aunque la impulsividad está a menudo asociada con trastornos por deficit de atención, en la generación de Robbie al ADD se lo conocía como “daño cerebral mínimo”.
A los veintidos, Robbie se mudó a Oregon, para probar que podia valerse por sí mismo. En contra de mi voluntad, abandonó un programa de entrenamiento que le hubiera ayudado a ubicarse en compañías dispuestas a trabajar con individuos de necesidades especiales. Él nos aseguró que estaría bien. Un mes después de haberse mudado a Oregon, perdió el trabajo, por lo que se fue a Washington. Poco tiempo después, se estableció en un departamento, tenía un trabajo y una iglesia a la cual asistir. En lo que a nosotros concernía, a Robbie le estaba yendo bien.
Ahora, una llamada de Washington había desbaratado todas mis esperanzas y sueños de un futuro feliz para mi hijo. Esa noche, las lágrimas inundaron mi almohada, hasta que finalmente pude deslizarme a un sueño bendito.
Al despertar, me di cuenta que había estado soñando en Robbie. Él me llamaba y me decía que Jesús me ama. “¿Dónde estás, Robbie?”, le pregunté. Él me dijo que no podia venir a mí, pero que me amaba.
Suicidio de un Hijo — Brazos Eternos para Padres de Suicidas
Había acabado de experimentar el suicidio de un hijo… mi hijo. “¡Por favor, Señor, ayúdame!”, imploré y pensé en el versículo: “Jesús lloró”. Desde ese momento, supe que no estaría sola en mi dolor.
Ni siquiera el consuelo ofrecido por amigos y familia compasiva, pudo penetrar al núcleo de mi agonía. Aun así, al mismo tiempo, sentía los eternos brazos de Dios guiándome. Dentro, en lo profundo, comprendí que desde el principio del tiempo, Dios mismo entendía mi dolor.
Suicidio de un Hijo — Sanación y Esperanza
Frecuentemente, la reacción ante la pérdida de un ser querido, especialmente ante el suicidio de un hijo, es la negación. Pensamos que si gritamos “no” lo suficientemente alto, nos daremos cuenta de que todo era un error. Así como el abrazo de un amigo, la negación permite al cuerpo físico tomarse un momento para absorber el impacto. La negación ataca a la conmoción, como un tranquilizante para el dolor. Nos permite movernos a través de la rutina de notificar a los familiares, amigos y los arreglos. Durante este tiempo de pérdida, los sueños y recuerdos a menudo nos traen de vuelta al ser amado por breves momentos.
En última instancia, es Dios quien sanará nuestro dolor. Siempre llevaremos las cicatrices del suicidio de un hijo, pero si buscamos las razones de Dios, encontraremos el propósito en nuestro dolor. Entender, por primera vez, la soberanía de Dios, me ayudó a aceptar lo inaceptable: el suicidio de mi hijo. Los eternos brazos de Dios me abrazaron y me guiaron a través de mi dolor.
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