Vencer el Miedo — Una Historia Personal
Nunca me enseñaron a vencer el miedo, mas bien, el miedo fue arraigado en mí desde temprana edad. Mi madre y mi padre eran ambos religiosos, pero de diferente fe. Mi padre católico dominaba, así que el catolicismo fue la manera de vivir para nuestra familia. Los primeros ocho años de mi educación, fueron en una escuela católica. El mensaje que recibía en el hogar y la iglesia, era que tenía que ser bueno o si no, iría al infierno. Esa creencia, por sí misma, fue suficiente para generar temores: todo terminaba en la muerte y el infierno. Era como vivir en arenas movedizas. La confesión, contrición y penitencia, me rescatarían; pero siempre duraban poco. No tenía una comprensión espiritual de la muerte, pero lo que había escuchado se sumaba a mi temor a la muerte.
Una noche, cuando tenía cerca de trece años, estaba a punto de dormirme cuando escuché: “Si te vas a dormir, morirás”. Me senté en la cama para ver quién lo había dicho, pero nadie estaba ahí. Por lo tanto, me acosté de nuevo y pensé que se trataba de un mal sueño, y esperé que el sueño viniese de nuevo… pero eso no sucedió. Lo escuché nuevamente. Esta vez, el miedo me consumía. Me puse a sudar y comencé a temblar. Llamé a mi madre y ella vino corriendo, se sentó junto a mí y me abrazó. Cuando le conté lo que había sucedido, me consoló, me dio seguridad y luego se acostó junto a mí, hasta que ambos nos quedamos dormidos. Me desperté pensando: “¡Guau! Eso fue realmente raro; lo sentí real, pero todavía estoy vivo. No he muerto, así que eso es todo”. Pero no lo fue. De hecho, esta situación continuó por los siguientes veinte años de mi vida. Nunca pude predecir cuándo iba a suceder. No era algo que pasaba todas las noches, así que siempre me tomaba desprevenido, y siempre me ponía en un estado de pánico total. Nunca más llamé a mi madre y nunca le conté a nadie de estos eventos
Dejé la iglesia al llegar a los veinte años, porque me había enojado con un dios que me mantenía en esas arenas movedizas, que no era amoroso ni amable, sino estricto e insatisfecho. Obtuve una licenciatura en educación y más tarde una maestría en consejería educativa. Aprendí mucha psicología, pero nunca pude vencer el miedo, aunque busqué la respuesta en cada curso de psicología que tomé. Al llegar a los treinta, el miedo estaba cegando mi vida y se había vuelto multifacético. Me casé, tuve una hija y luego un hijo. Para afuera, mi vida era maravillosa, pero la confusión interna estaba sofocándome. Nunca tuve paz y nunca hubo la suficiente ocupación para detener mi temor.
Finalmente, uno de mis hermanos se sentó conmigo y me dijo: “El Dios de la Biblia no es el dios del que aprendimos cuando niños. Debimos haber leído la Biblia por nuestra cuenta, si lo hubiésemos hecho, veríamos a Dios de manera diferente. Él nos ama, él nos sanará y él nos liberará”. Esa fue la primera vez que surgió alguna esperanza en mí y fue la suficiente como para ponerme a buscar respuestas en la Biblia. Me reconecté con la iglesia, pero me mantuve alejado de las denominaciones de mis dos padres. Me tomó un par de años de estudio, de escuchar y de aprender hasta que finalmente comprendí que esos temores estaban controlando mi vida porque yo permitía que lo hicieran. Por fin comprendí que no era la intención de Dios que yo tuviese miedo a nada. Por el contrario, él desea que yo confíe en él, me apoye en él, que tenga seguridad de mi existencia eterna con él.
Una noche, me acosté a dormir y otra vez escuché: “Si te vas a dormir, vas a morir”. En esa ocasión, me senté en mi cama y reflexioné entre creer lo que acababa de escuchar o creer lo que había aprendido de la Biblia. Decidí que no tenía nada que perder, excepto el miedo. Por primera vez, reconocí mi miedo y le hablé en voz alta, diciéndole: “Es mentira y ha sido una mentira desde el primer día. Esta es la última vez que me atormentas. No voy a morir esta noche, porque mi vida está en manos de Dios. Si él elige llevarme, simplemente estaría bien morir, porque sé lo que viene después. Ya me cansé de esta mentira y de todas las otras que me han quitado paz. Me rehuso a rendirme al miedo, porque no se relaciona con lo que Dios dice. Voy a cambiar mi manera de pensar esta noche. Es oficial; a partir de este momento, mi mente está en reconstrucción y bajo control de Dios”. El miedo trató de montar su ofensiva, pero entonces escuché otra voz, diciendo: “El demonio odia verte sonreír y si sonríes, te acuestas y te vas a dormir, lo confundirás”. Sonreí, le agradecí a Dios desde el fondo de mi corazón, me recosté y fui a dormir.
¿Se acabó todo en ese momento? ¿Vencí todos mis miedos? Creo que sí, pero la batalla por mi mente continuó por varios meses. Dios fue fiel y me ayudó a reconocer que yo estaba respondiendo a antiguos pensamientos basados en el temor. Cada vez, hacía una elección consciente de no creer lo que estaba pasando por mi mente y elegía creer en la Palabra de Dios en lugar de ello. Juan 8:31-32 dice: “Si se mantienen fieles a mis enseñanzas, serán realmente mis discípulos; y conocerán la verdad, y la verdad los hará libres”. Han pasado treinta años desde que me senté en mi cama y vencí mi miedo. He pasado los mismos treinta años evitando que el miedo se aproveche y se apodere de mí otra vez. Con la ayuda del Espíritu Santo, mantengo mi esquema de creencias.
¿Estás luchando con el miedo? Salmos 34:4 dice: “Busqué al Señor, y él me respondió; me libró de todos mis temores”. Dios quiere liberarte, ¡pídeselo! ¿Por qué no entregar ese miedo a Dios? Si nunca has tenido una relación con él, puedes empezar una en este momento. Vencer cualquier clase de miedo es posible, pero primero necesitamos convertirnos en hijos de Dios. Solo una oración nos separa de él.
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